Respeto a la vida
La vida, como todas las
formas de existencia, como
realidad en sí no tiene valor,
es decir, no es buena ni
mala, es el hombre el que
le confiere valor, de ahí las
construcciones humanas
del derecho y del respeto
a la misma. El hombre
concede valor y respeta a la
vida porque él mismo forma
parte de su evolución,
hecho ante el cual no puede
permanecer indiferente. El
homus sapiens se asume como
parte activa de la evolución
de las especies, de las cuales,
él mismo no es sino una expresión; más cualificada e inteligente si se
quiere, pero perteneciente a una especie determinada, al fin.
Los seres humanos no somos iguales a los demás seres vivos, pero
compartimos con ellos los mismos derechos naturales. Uno de ellos es
el derecho a la vida. En este sentido, todo ser viviente debe —y puede ser
respetado por el hombre. De ahí que hoy en día se hable y se legisle,
por ejemplo, sobre el derecho de los animales.
El respeto a la vida, en cualquiera de sus
manifestaciones, tiene que ser un respeto activo,
es decir, elegido y practicado libremente por el
individuo, y no un respeto pasivo, impuesto por
una autoridad externa, donde el individuo sólo
tome conciencia de su valía, pero no haga nada
para perpetrarlo.
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